El río, Julio Cortazar
Y sí, parece que es así, que te has ido diciendo no sé qué cosa, que te ibas a tirar al Sena, algo por el estilo, una de esas frases de plena noche, mezcladas de sábana y boca pastosa, casi siempre en la oscuridad o con algo de mano o de pie rozando el cuerpo del que apenas escucha, porque hace tanto que apenas te escucho cuando dices cosas así, eso viene del otro lado de mis ojos cerrados, del sueño que otra vez me tira hacia abajo. Entonces está bien, qué me importa si te has ido, si te has ahogado o todavía andas por los muelles mirando el agua, y además no es cierto porque estás aquí dormida y respirando entrecortadamente, pero entonces no te has ido cuando te fuiste en algún momento de la noche antes de que yo me perdiera en el sueño, porque te habías ido diciendo alguna cosa, que te ibas a ahogar en el Sena, o sea que has tenido miedo, has renunciado y de golpe estás ahí casi tocándome, y te mueves ondulando como si algo trabajara suavemente en tu sueño, como si de verdad soñaras que has salido y que después de todo llegaste a los muelles y te tiraste al agua. Así una vez más, para dormir después con la cara empapada de un llanto estúpido, hasta las once de la mañana, la hora en que traen el diario con las noticias de los que se han ahogado de veras.
Me das risa, pobre. Tus determinaciones trágicas, esa manera de andar golpeando las puertas como una actriz de tournées de provincia, uno se pregunta si realmente crees en tus amenazas, tus chantajes repugnantes, tus inagotables escenas patéticas untadas de lágrimas y adjetivos y recuentos. Merecerías a alguien más dotado que yo para que te diera la réplica, entonces se vería alzarse a la pareja perfecta, con el hedor exquisito del hombre y la mujer que se destrozan mirándose en los ojos para asegurarse el aplazamiento más precario, para sobrevivir todavía y volver a empezar y perseguir inagotablemente su verdad de terreno baldío y fondo de cacerola. Pero ya ves, escojo el silencio, enciendo un cigarrillo y te escucho hablar, te escucho quejarte (con razón, pero qué puedo hacerle), o lo que es todavía mejor me voy quedando dormido, arrullado casi por tus imprecaciones previsibles, con los ojos entrecerrados mezclo todavía por un rato las primeras ráfagas de los sueños con tus gestos de camisón ridículo bajo la luz de la araña que nos regalaron cuando nos casamos, y creo que al final me duermo y me llevo, te lo confieso casi con amor, la parte más aprovechable de tus movimientos y tus denuncias, el sonido restallante que te deforma los labios lívidos de cólera. Para enriquecer mis propios sueños donde jamás a nadie se le ocurre ahogarse, puedes creerme.
Pero si es así me pregunto qué estás haciendo en esta cama que habías decidido abandonar por la otra más vasta y más huyente. Ahora resulta que duermes, que de cuando en cuando mueves una pierna que va cambiando el dibujo de la sábana, pareces enojada por alguna cosa, no demasiado enojada, es como un cansancio amargo, tus labios esbozan una mueca de desprecio, dejan escapar el aire entrecortadamente, lo recogen a bocanadas breves, y creo que si no estuviera tan exasperado por tus falsas amenazas admitiría que eres otra vez hermosa, como si el sueño te devolviera un poco de mi lado donde el deseo es posible y hasta reconciliación o nuevo plazo, algo menos turbio que este amanecer donde empiezan a rodar los primeros carros y los gallos abominablemente desnudan su horrenda servidumbre. No sé, ya ni siquiera tiene sentido preguntar otra vez si en algún momento te habías ido, si eras tú la que golpeó la puerta al salir en el instante mismo en que yo resbalaba al olvido, y a lo mejor es por eso que prefiero tocarte, no porque dude de que estés ahí, probablemente en ningún momento te fuiste del cuarto, quizá un golpe de viento cerró la puerta, soñé que te habías ido mientras tú, creyéndome despierto, me gritabas tu amenaza desde los pies dela cama. No es por eso que te toco, en la penumbra verde del amanecer es casi dulce pasar una mano por ese hombro que se estremece y me rechaza. La sábana te cubre a medias, mis dedos empiezan a bajar por el terso dibujo de tu garganta, inclinándome respiro tu aliento que huele a noche y a jarabe, no sé cómo mis brazos te han enlazado, oigo una queja mientras arqueas la cintura negándote, pero los dos conocemos demasiado ese juego para creer en él, es preciso que me abandones la boca que jadea palabras sueltas, de nada sirve que tu cuerpo amodorrado y vencido luche por evadirse, somos a tal punto una misma cosa en ese enredo de ovillo donde la lana blanca y la lana negra luchan como arañas en un bocal. De la sábana que apenas te cubría alcanzo a entrever la ráfaga instantánea que surca el aire para perderse en la sombra y ahora estamos desnudos, el amanecer nos envuelve y reconcilia en una sola materia temblorosa, pero te obstinas en luchar, encogiéndote, lanzando los brazos por sobre mi cabeza, abriendo como en un relámpago los muslos para volver a cerrar sus tenazas monstruosas que quisieran separarme de mí mismo. Tengo que dominarte lentamente (y eso, lo sabes, lo he hecho siempre con una gracia ceremonial), sin hacerte daño voy doblando los juncos de tus brazos, me ciño a tu placer de manos crispadas, de ojos enormemente abiertos, ahora tu ritmo al fin se ahonda en movimientos lentos de muaré, de profundas burbujas ascendiendo hasta mi cara, vagamente acaricio tu pelo derramado en la almohada, en la penumbra verde miro con sorpresa mi mano que chorrea, y antes de resbalar a tu lado sé que acaban de sacarte del agua, demasiado tarde, naturalmente, y que yaces sobre las piedras del muelle rodeada de zapatos y de voces, desnuda boca arriba con tu pelo empapado y tus ojos abiertos.
Pero si es así me pregunto qué estás haciendo en esta cama que habías decidido abandonar por la otra más vasta y más huyente. Ahora resulta que duermes, que de cuando en cuando mueves una pierna que va cambiando el dibujo de la sábana, pareces enojada por alguna cosa, no demasiado enojada, es como un cansancio amargo, tus labios esbozan una mueca de desprecio, dejan escapar el aire entrecortadamente, lo recogen a bocanadas breves, y creo que si no estuviera tan exasperado por tus falsas amenazas admitiría que eres otra vez hermosa, como si el sueño te devolviera un poco de mi lado donde el deseo es posible y hasta reconciliación o nuevo plazo, algo menos turbio que este amanecer donde empiezan a rodar los primeros carros y los gallos abominablemente desnudan su horrenda servidumbre. No sé, ya ni siquiera tiene sentido preguntar otra vez si en algún momento te habías ido, si eras tú la que golpeó la puerta al salir en el instante mismo en que yo resbalaba al olvido, y a lo mejor es por eso que prefiero tocarte, no porque dude de que estés ahí, probablemente en ningún momento te fuiste del cuarto, quizá un golpe de viento cerró la puerta, soñé que te habías ido mientras tú, creyéndome despierto, me gritabas tu amenaza desde los pies de
OBRAS
EL RÍO, de Cristina Luppi
PERSONAJES
JUAN
ANA
ACTO ÚNICO
ESCENA 1
JUAN: ¡Hace tanto que apenas te escucho!
ANA: ¡Hace tanto que todo es apenas!
JUAN: ¡Siempre con tus ironías, con tus amenazas! ¡Con ese llanto estúpido! Que te vas a ir, que vas a tirarte no sé dónde. ¿Qué pasa, tenés miedo ahora?
ANA: ¡Llanto estúpido! El llanto adulto nunca es estúpido, es purificador. ¿Que si tengo miedo?, ¿miedo de qué? ¿De morir o de durar? Algún día voy a elegir otra agua, esa que no tiene tiempo.
JUAN (indiferente): Prefiero el silencio
ANA (llorando): Vos sos silencio, un silencio que golpea, que hace mal.
JUAN (pensativo): En eso tenés razón, tenemos que tranquilizarnos, deberíamos hablar, quizá nos debamos otra oportunidad. Vos sabés que nos amamos, que nos necesitamos.
ANA: No podemos vivir así, Juan. Nos amamos en el durante pero fallamos en el después. El desgaste sin palabras, la rutina agobiante, tu indiferencia, el mirarnos sin conocernos. Estamos inmovilizados. ¿Nos amamos? O nos necesitamos sin amarnos.
¿Te acordás cuando disfrutábamos del silencio? No nos hacía falta nada más.
¿Que vamos a hacer?
JUAN (quedándose casi dormido): Hace lo que te parezca.
Sale ANA
ESCENA 2
JUAN: ¿A esta hora el timbre? ¡Será posible que no se pueda dormir en paz!
***
MALDITA LA HORA, de Graciela Palma
(Obra dramática en un Acto)
PERSONAJES
MELINA
PASTOR
VOZ EN OFF
Dormitorio con cama grande, se ve el lateral, con el respaldo sobre la derecha, ventana grande con cortinas transparentes que dejan ver un puente, un pequeño ropero antiguo con las dos puertas abiertas y las perchas sin ropas. Sobre la cama una valija de viaje y un bolso chico, ropa desparramada. Está anocheciendo. MELINA está apoyada con ambos brazos en el marco de la ventana mirando hacia el puente, viste un jogging gris y pelo por los hombros, también despeinada. Puerta de entrada al dormitorio a la izquierda.
Entra PASTOR por la puerta de la izquierda mirando a MELINA, con vestimenta desarrapada, el pelo semilargo y despeinado. Gira de frente al público y dice:
PASTOR (molesto): Ella lo eligió, ahora que no diga nada… ¡Bah!, que diga, igual es lo mismo. Ahora que no se venga a hacer la inocente, si sabía…
MELINA (alejándose de la ventana, mira a PASTOR): ¡Sí, claro!, el que te escuche pensará que la que me tengo que joder soy yo, ¿no? Pero mientras, bien que te gustaba… Sí, te gustaba que todos me miraran y te miraran y dijeran: ¡Qué tipo afortunado!, con semejante mina, qué bien la debe pasar.
PASTOR: Acordate que siempre me molestó que usaras tanto maquillaje y la pollera tan corta… Está bien que quieras mostrar las piernas hermosas que Dios te dio, pero siempre se te va la mano, bombón, se te va… Los hombres son más inocentes de lo que crees. No se hacen tanto la cabeza, y si se la hacen se les pasa muy pronto la calentura. No como a mí. ¡ Ja, ja, ja!
MELINA: Vos reíte nomás. ¡Ya vas a llorar! Sí, vas a llorar, y yo no te voy a ver, ni a oír, ni nada… nada. Decíme, ¿para qué me diste bolilla ese día en el boliche. Si te parecía que yo era todo lo que vos decís que soy, ¿para qué me diste bolilla? Te hubieras hecho el pelotudo y todo esto no pasaba.
PASTOR: ¿En serio querés que te conteste? Creo que no te va a gustar lo que te diga pero si insistís…
MELINA: Sí, ¡dale!
PASTOR: ¡Porque era un pelotudo!, pero más que ahora, eso debo reconocerlo. Con el tiempo adquirí mecanismos de defensa que me hicieron reducir el porcentaje al cincuenta por ciento de lo que era. ¿Será un error?
MELINA (acomodando la ropa en el bolso): ¡Ja!, miralo vos, así que sos más inocente de lo que pareces y el cincuenta por ciento de pelotudo, es un buen ranking para vos, y para mí representa un porcentaje menor de culpabilidad, me quedo más tranquila. Gracias.
PASTOR: De todas maneras tenés que admitir que lo nuestro no fue algo pasajero, ni de noche de boliche, ¡bah!..., por lo que me decías. Que yo era el mejor, tu ángel guardián, el único…
MELINA (molesta): Y vos, ¿Qué me decías?..., lo mismo me decías. Eras un espejo donde yo me miraba… me halagabas… y yo me miraba y me mirabas y te miraba…
(Baila sola al ritmo de un vals.) La- la- la- la- la-…
PASTOR (siguiéndola con la mirada): Era porque no estaba tan aturdido, obsesionado, embelesado, abandonado… ¡a mi suerte, claro!
MELINA (bailando): …y a la mía.
PASTOR (soñador): ¡Cómo para no verte esa noche! Resplandecías como el oro de Moctezuma para los españoles, ávidos de apropiar fortuna en territorios salvajes. Vos eras ese territorio salvaje… ¡Bien salvaje!
MELINA (colgada del cuello de Pastor): No te quejés tanto y reconocé que yo accedí mansamente a la entrega de mis riquezas, porque para mí eras el enviado por los dioses, inalcanzable y majestuoso. ¡Pizarro mío!
PASTOR: ¡Bah!... ¡Bah! (Forcejea con MELINA sin zafar de sus brazos, enojado.) ¡Maldita la hora! Sí, maldita.
MELINA (suelta): Uno siempre tiene una hora o un minuto maldito, ¿sabés? O te pensás que sos el dueño del tiempo también. A todos nos corresponde algo del tiempo de los otros. Por ejemplo, yo te entregué todo mi tiempo, incluso la hora maldita tuya, que se hizo mía también, no sé si… (Hace un gesto de complicidad con la mano.)
PASTOR: No sabés lo que daría por recuperar la fe, el amor… aquellas noches. ¿Será posible? ¿Estaremos a tiempo?
MELINA (se acerca a la ventana, apoya sus brazos en el marco y mira el puente): Lo fácil que sería todo si no hubiera transcurrido eso justamente, el tiempo inexorable y mudo… (Silencio.) Hay neblina en el río, melancolía pura…
PASTOR (dulce y complaciente): Sí, querida, entiendo que yo te arruiné la vida. ¿Por eso me abandonás a mi suerte?... Reflexioná… y mirate en mi espejo.
MELINA (desesperanzada): Esa imagen ya no es la misma, se desdibuja lentamente y desaparece… (Turbada, mirando los ojos de Pastor.) Pero… ¡no!...¡no!... (Se aparta con pesar y tristeza y forcejea con Pastor, caen al piso, ella logra zafarse y corre hacia la puerta de salida, mutis.)
PASTOR: (Desesperado corre tras ella hacia la puerta de salida, mutis.)
Se apagan las luces del escenario. En cinco segundos se vuelven a encender. Música en tono bajo “La vie en Rose” interpretada por Edith Piaff. Por la ventana del fondo del escenario, luz violeta azulada en forma de humo que se entrelaza. Las voces en off de PASTOR y MELINA al unísono dicen: Tu tiempo… mi tiempo… mi imagen… tu imagen… mi ángel… mi fortuna…Otra voz masculina en off dice: El río tibio y celoso los cobija, como al coral, las aguas transparentes del océano. Al unísono Pastor y Melina: ¡Es tiempo del infinito! Fin de la música.
***
Y YO QUE TE DI MI VIDA, de Lilian Banderas
PERSONAJES
ANTONIO (marido)
MARÍA (esposa)
CARLITOS (amigo)
MARÍA/LAURA
FORENSE
AMIGOS
PASAJERO
ACTO ÚNICO
Buenos Aires, época actual.
A la izquierda del escenario, un par de sillones, una mesita baja con algún adorno de valor, una lámpara de pie, un cuadro, todo próximo a una ventana con balcón estilo francés. Es un cuarto piso, por la ventana se ve un trozo de cielo y algún otro edificio. Ambiente de buen gusto, muy cuidado. En el centro del escenario, una cama y una cómoda con cajones, todo del mismo estilo que la sala. Sobre la derecha, una mesa de restaurante con seis sillas. En un momento va a entrar una camilla.
MARÍA es una persona de cuarenta y siete años, delgada, de altura media, de rasgos delicados, una piel casi transparente y escasas arrugas. Su pelo es castaño claro, lacio, ni muy largo ni muy corto. Usa un pijama de satén de colores claros.
ANTONIO es un hombre de cuarenta y nueve años, pelo castaño, alto, atlético, con la piel bronceada por la práctica de deportes al aire libre. Lleva un traje oscuro. Es recio y muy varonil, más que buen mozo. Aspecto de empresario, arrogante y vivísimo para los negocios. Socialmente es un tipo entrador y extremadamente atractivo para cierto tipo mujeres, a pesar de que las trata muy mal.
ESCENA 1
Se ilumina solamente la zona que corresponde a la sala, el resto permanece a oscuras. MARÍA se pasea y consulta a cada rato su reloj. Entra ANTONIO.
ANTONIO: ¡Hola! ¡Llegué!
MARÍA (con cara de desesperada y angustiada): ¿Dónde estuviste toda la tarde! (Sollozando, sin gritos, casi sin voz, con un pañuelo en la mano de haber llorado.)
ANTONIO (con voz muy masculina de radioteatro): ¡No otra vez! ¡Siempre igual! ¡No me rompas! ¡Me tenés podrido!
MARÍA (interrumpiendo): ¡Por qué no me atendiste? ¡Te llamé cuatro veces a la mañana y cinco a la tarde, cada hora y en punto que es cuando te desocupás!
ANTONIO: ¡No te la puedo creer! ¡Eras vos! Claro, cómo no ibas a ser vos. ¡La única loca que puede llamar esa cantidad de veces sos vos! ¿Te das cuenta de que sos una enferma? Encima, le pago una fortuna a tu terapeuta para que me diga “estamos probando con una nueva medicación”. (Emulando y burlando al terapeuta.) “Hay que esperar otros veinte o treinta días”. ¡Hace diez años de esto! ¡Por Dios!
MARÍA (interrumpiendo): Vos sabés que yo no era así. Vos me hiciste así. (Camina hacia la ventana.) (Sollozando, amargada.) Vos y sólo vos sos el responsable de mi estado. (Se sienta en un sillón, agobiada.)
ANTONIO: Ah, ya empezamos con la historia de siempre. ¿Y ahora qué viene? (En tono de desprecio.) Ah, cierto, que te querés morir. ¿Sabés?, ¡no estoy dispuesto a vivir así! No soy joven, y quiero estar tranquilo…
MARÍA (como si no hubiese escuchado nada de lo que se dijo): (Susurrando.) Qué estúpida fui. Yo te había engañado, es cierto, y me sentía la peor. ¡Andrés sólo me dijo qué linda mina sos!... ¡Qué fácil le resulté! Hacía tanto que nadie... bueno, vos... (Bajando el tono.) No me decías qué linda estás, cómo me gusta lo que te pusiste. (Con sonrisa en la cara.) Y todas esas cosas que me decías cuando nos amábamos. (Como acordándose de algo.) Porque nos amamos... y mucho…
ANTONIO (sin escuchar lo que dice MARÍA): Lo estuve pensando detenidamente, vos te podés quedar a vivir acá. Yo ya me busqué algo. Me queda cerca de la oficina. Es un departamentito de dos ambientes.
MARÍA: (sin escuchar lo que dice ANTONIO) Desde el primer día, en que te vi cuando me mirabas, yo temblaba, y vos lo sabías. Fuimos a un asado de amigos. Los dos estábamos por encontrarnos con alguien después de la comida. Me trajiste a casa. Y así, de la nada, nos dimos un beso y nunca más nos separamos. Para mis amigas, yo era una loca que me había acostado con vos la primera vez. (Como si mirara el cielo.) En la cama parecíamos el molde de una misma figura, encajábamos perfecto.
ANTONIO (sin escuchar): Iré llevando lo que necesite de a poco. O todo junto. Es medio un kilombo desarmar lo que se va acumulando en discos, libros, y toda la mierda que se junta en una casa…
MARÍA (sin escuchar, con mirada perdida hacia abajo): Bastó estar con otro para darme cuenta de que mi cuerpo te pertenecía. Y corrí a tus brazos, a contarte que tenías razón, que tus sospechas eran ciertas. Te fui a buscar. A confesarte. A rogarte que me perdonaras. Que al estar con otro me di cuenta de que era tuya. Como era jueves, creía que estarías con tus amigos como todos los jueves, en el restaurante de siempre. Y estabas. Desde ese día fui todos los jueves a verte y estabas, todos los jueves. No me perdí detalle. Un jueves tras otro, una cara y otra del otro lado de la mesa. Todo me lo guardé. Ni a mi terapeuta se lo conté.
ANTONIO (sin escuchar): Como tenemos dos televisores, dos DVD y dos equipos de música, yo me llevo cualquiera. Con las otras cosas, como sábanas, tampoco creo que haya problemas. (Suena el celular. Atiende) ¡Hola! ¡Carlitos, mi querido! Sí, esta noche vamos a jugar al fútbol. Sí, después comemos. Y sí, Javier está remal. Hoy, cuando almorzamos, le dije que tenía que salir, despejarse. Que la turra esa no iba a volver. Que seguro estaba instalada como una reina en el departamento de los dos. Que se olvidara de Laura. Que se le notaba la angustia en la cara. Y sin presionarlo le di el teléfono del terapeuta de mi mujer. Esperemos que enganche. Dale. Te paso a buscar a las veinte.
MARÍA (sin escuchar): Yo siempre confié en vos, pero aquello jamás se me cruzó por la mente. Te vi, Antonio.
ANTONIO (fastidiado): María, ¿qué decís? ¿Qué viste? ¿De qué hablás? ¿Me escuchaste que me voy! ¿Que nos separamos!
MARÍA: (Muda, con la mirada perdida.)
ANTONIO: Basta de drama. Vos y yo vamos a estar mejor el uno sin el otro. Ahora me visto para ir a jugar al fútbol, que Carlitos me espera. Y después, me quedo en lo de Carlitos a dormir. Mañana mando un flete que busque mis cosas. Y dado que te mantengo, porque vos, querida, hace rato que no producís nada, podrías armarme las cosas para que al mediodía pase el flete... No, mejor no, porque me vas a poner boludeces. Yo vengo a las once y cargo todo. Porque, por suerte, a mis cuarenta y nueve años, el ser dueño de la empresa me da privilegios. (Con orgullo.) Y pensar que cuando te conocí yo era un empleado de cuarta, sin familia, y vos una empresaria joven, pujante que ganaba sesenta mil dólares al año. Y de un día para otro LA DEPRESION. Y yo creía que era la menopausia. Tu psiquiatra me explicó todo. Y bueno. Esto no es vida para ninguno de los dos. Me voy a cambiar.
MARÍA: (Muda y en trance.)
ANTONIO: Chau, María. (ANTONIO besa con desgano en la frente a MARÍA y entra en la zona oscura que corresponde al dormitorio.)
MARÍA se queda mirando en dirección al lugar por donde salió ANTONIO. Después de un lapso suficiente como para que ANTONIO se cambie, sale, vestido con ropa de fútbol y un bolsito, cruza la sala y hace mutis por bambalinas, lado izquierdo.
ESCENA 2
MARÍA, de pie en el centro de la sala, mira sin ver el lugar por donde salió ANTONIO. Empieza Musica1: “Ne Andrò Lontana”, La Wally, Alfredo Catalani.
MARÍA: ¿Qué dijo? (Como despertando.) ¿Qué me deja? ¿Dijo que nos separamos? (Como saliendo de un trance.) Si yo no puedo vivir sin él. Si me quedé porque no puedo vivir sin él. Si lo perdoné porque él es el amor de mi vida. Él era mi vida.
MARÍA rompe en llanto, se tira al piso y empieza Musica2: “Rain (I Want A Divorce)”, Ryuichi Sakamoto. MARÍA se levanta. Exaltada empieza a romper cada cosa que se le presenta ante los ojos. MARÍA se dirige al dormitorio, hace ademán de entrar. Se encienden las luces del dormitorio. MARÍA entra y va directo a la cómoda. Abre y cierra cajones.
MARÍA (mientras revuelve el contenido de los cajones): ¡Ah, Tony, (amargada y mordaz.) como te dicen todas, ¡todas!, ellas, tus partidarias más fervientes, tu séquito: mi madre, mi hermana, mis amigas, y fundamentalmente, Laura, mi querida amiguita desde el jardín de infantes. Tu corte fiel y servil. Para todas, una palabrita, una caricia para el oído. (Imita voces femeninas embelezadas.) Ay, Tony... Ay, Tony. (Prende un cigarrillo, abre el cajón de las camisas y apoya la punta encendida sobre la camisa de arriba. Sale una columna de humo del interior de la cómoda.) (Pausa.) (Baja la música y se apaga)
MARÍA (sarcástica mientras empieza a sonar la Música3: “El Amante Menguante”, 0:21-2.50, Alberto Iglesias): Qué notable, todas las camisas quedaron con un agujerito. Mi terapeuta diría: “Por alguna razón puso la brasa del lado izquierdo”. (Emula al terapeuta.) ¡Qué pelotudo! (Exaltada.) Ahora le voy a escribir una nota a “Tony”, otro pelotudo. Querido Tony, hace diez años te vi… Mejor le mando una carta que diga esto, también te vi con... No, ya sé... ¿Dónde puse mi camisón de satén color crema? ¡Ay, siempre me gustó el drama! Una nunca tiene que perder el impacto estético. (Busca frenética una cosa y otra.) Una valija... bien. Un bolso... bien... Las pastillas... Ya está todo. Por último... mis documentos. Perfecto. ¿Qué falta?... Ah... el gran golpe de efecto... las fotos.
Se apagan todas las luces y la música, y empieza a subir el ruido de la calle, cada vez más fuerte.
ESCENA 3
Se ilumina el sector que corresponde al restaurante. Un reloj de pared marca la una. Empieza Musica 4: “You Are Here”, Nathan Fake. Por la ventana se ve la noche. El ruido de la calle decrece lentamente y la música de fondo va a suave.
ANTONIO (comiendo con sus AMIGOS, jaranean un rato hasta que suena el celular. ANTONIO (atiende): Sí, soy yo. (Pausa. Después les indica a los otros que hagan silencio.) Ya voy, ya voy para allá.
CARLITOS: ¿Qué pasó! ¿Adónde vas? Te acompaño.
ANTONIO: A la morgue. ¡Es una boluda! ¡Me cagó la vida! (Suena la señal de mensaje del celular de ANTONIO, que quedó sobre la mesa.)
CARLITOS: Te entró un MSN.
ANTONIO: Dale, atendé, mientras busco las llaves del auto.
CARLITOS (lee el mensaje de texto en voz alta): Lo nuestro no puede ser, me voy para siempre. Ele.
ANTONIO: ¡Qué tarada! Justo ahora.
Vuelve a oírse el ruido de la calle. ANTONIO y CARLITOS salen por bambalinas del lado derecho del escenario. Se apagan las luces. (Se corta la música4.)
ESCENA 4
ANTONIO y CARLITOS esperan de pie, próximos al proscenio. El resto del escenario a oscuras. Un seguidor ilumina al forense que entra por el lateral derecho, empujando una camilla.
FORENSE (descubriendo el cadáver de una mujer, que está en una camilla): ¿La reconoce?
ANTONIO: Sí. (Impresionado.) Parece mi mujer. Es el camisón que le regalé para la luna de miel. Aunque la cara está destruida
FORENSE: La trajeron del Tigre. Estaba con una sobredosis de medicamentos antidepresivos y ansiolíticos. Se le paró el corazón. No sé cómo hizo para tirarse al río. Al caer, ya estaba muerta. Por eso sus pulmones no tienen agua. Hay pirañas en esa zona, por eso la cara destruida... Esto estaba en la orilla, junto con los documentos. Son fotos. Por lo que veo, suyas.
ANTONIO: ¿Las puedo ver?
FORENSE: Perdón, pero no se las puedo mostrar porque son parte de la investigación.
El celular de ANTONIO empieza a llamar sin parar.
ANTONIO (no alcanza a responder un llamado que llega otro): (Sorprendido y furioso.) Pero, carajo, y en cadena. Les mandó una cadena de mails... ¡A todos! Esa turra. María les contó a todos que iba a suicidarse. ¡Y les mandó fotos...! Fotos mías. “De Antonio”, dice. Así, con el nombre completo, sin diminutivos. Antonio, como se emperraba en llamarme... (Empieza Música 5 “Lo dudo”, Los Panchos, hasta 1:38.)
Se apagan las luces, el celular no para de sonar.
ESCENA 5
Empieza Música 6: “No tom da Mangueira”, hasta 2:14. MARÍA/LAURA cruza el escenario de derecha a izquierda, por el proscenio. Lleva una valija, viste ropa de viaje y tiene un aspecto muy cambiado, sin dejar de ser ella misma. Debe notarse que acaba de bajar de un avión. Va hablando con otro pasajero.
MARÍA/LAURA: ¡Ah, Río! Lo reconocería desde cualquier lugar que lo mirara. Es único. Sin embargo, hay personas que se nos parecen y las confunden con nosotros. A mí me pasa con mi amiga María. Somos dos gotas de agua. Pobrecita, se murió. Nunca fue feliz.
Se apagan las luces con Música 7, “The Pretender”, Foo Fighter.
***
LA COMPOSICIÓN, de Marta San Martín
“La noche ya ennegrece mis ojos con sus tinieblas...
Alcestes, Eurípides”
PERSONAJES
ESTELA
ROBERTO
[MADRE (EN AUSENCIA)]
ACTO ÚNICO
Es invierno en París, año 1956.
ESTELA, unos treinta años, aspecto de mujer inmadura, bonita pero agostada por un hondo sufrimiento, en camisón largo de franela, descalza. Al levantarse el telón está delante de un gran portarretrato con una foto de casamiento (traje de novia largo, blanco con cola, novio de traje oscuro). El portarretrato ocupa el centro de un mueble, a la izquierda del escenario. Se la ve de tres cuarto perfil, de espaldas al centro del escenario.
ROBERTO, sentado en un sillón de terciopelo verde, de frente al público, casi en el proscenio, en el centro del escenario. Está rodeado de libros: en el piso, apilados en los rincones, sobre una silla, por todas partes. También hay a su alrededor ceniceros repletos de colillas, alguna a medio apagar; un vaso de whisky sobre una mesita, donde también hay muchos libros; uno, abierto boca abajo. Viste una bata raída y pantuflas desflecadas. Da una impresión de bohemia, no de descuido ni suciedad. Es muy buen mozo.
La habitación es humilde pero de buen gusto, una sala-cocina-comedor, con un entrepiso en el lateral izquierdo, donde está la cama. Al fondo, sobre la mitad derecha, hay una ventana alta, redonda, por la que se ve la silueta lejana de la Torre Eiffel. En el lateral derecho, está la puerta de calle a la que se llega subiendo cuatro o cinco escalones.
Es de noche. Se oye un rumor de agua que corre, que se apaga gradualmente.
ROBERTO (al público): Buenas noches. Gracias por acompañarme. Esperaba que fuera mediante la lectura de mis poemas —porque yo escribo además de leer— pero tendré que conformarme con que sea aquí, en mi casa. Necesito que vean esto. (Con un gesto amplio, señala el escenario, y hace una pausa. Después señala a ESTELA.) Bien. Gracias por su atención.... En unos diez segundos, o menos —el tiempo teatral es tirano—, Estela, mi mujer, va a empezar a hablar con la madre. ¿No me creen? ¿Que está mirando una foto de nosotros dos y no una foto de la madre? ¿Que no hay madre a la vista? Esperen y van a ver. (Simula enfrascarse en la lectura del libro que había dejado abierto, cerca del vaso de whisky.)
ESTELA (mirando la foto): Ya sé que me avisaste. No hace falta que me lo repitas y repitas, como un loro... (Se lleva una mano al pecho, arrepentida.) Ay, perdón, mamita, perdón. No quise decirte eso... Con lo que me extrañás... No quiero que te pongás triste... (Mimosa.) A ver esa sonrisa, mi viejita... A ver.
ROBERTO (siempre al público): ¿Les dije o no les dije? Parece loca. Pero no. No, no. ¡Nada de eso! Sabe muy bien lo que hace. ¡Torturarme! Eso es lo que hace. Un día y otro día y otro día. ¡Una cruz colgada a mi espalda!, como dice Silvina, una amiga.
ESTELA (siempre a la foto, con voz autoritaria, imitando a la madre): “Un artista, nena. ¡Un artista! Pero ¿te volviste loca, vos? ¿Para eso te criamos como a una reina? ¿Para que te mate de hambre un vago, que se las da de poeta”. (Ahora con voz adolescente.) Pero, mamita, me va a llevar a París... ¡París! ¿Vos sabés lo que es París? ¡Un sueño, mamita! (Da una vuelta en redondo con los brazos abiertos.) La Tour Eiffel , la Conciergerie, Notre Dame, la Gallerie Vivianne. ¡Un sueño, mamá, un sueño!
ROBERTO (sarcástico): ¡Ja! Creeteló. Yo vine a trabajar, che. ¡A trabajar! De día, esa oficina perversa. Y de noche, nena (Siempre al público.) De noche... (Gira la cabeza y mira a ESTELA, se le dulcifica la voz.) Hay tanto que hacer de noche... (Mira al público.) Buscarte entre las sábanas, pasarte la lengua por el cuello, comprobar que no perdiste el sabor que tenías cuando nos sacaron esa foto... Esa foto... (Agrio otra vez.) El día de nuestro ca-sa-mien-to... ¡Ah, qué palabra odiosa!
ESTELA: Estaba linda en la foto, ¿no, mamá? Es que todavía tenía ganas de ir a la peluquería. Y tomaba sol, ¿te acordás? Todos los días, hasta en invierno. Tenía un color tan sano... En cambio ahora... (Abatida.) Es triste París en invierno. Oscuro. Frío. Lluvioso... Me quedo en la cama hasta tarde porque no sé qué hacer...
ROBERTO: Sí, hasta el mediodía.
ESTELA: Es que no viene a almorzar. ¿Para qué voy a levantarme si no viene a almorzar?... Se va a la mañana y vuelve de noche. Y cuando vuelve... lee, lee, lee. Estoy tan sola...
ROBERTO: No se da con nadie... Ni siquiera hizo el intento de aprender el idioma...
ESTELA: No sé a dónde ir... Sola y con poca plata...
ROBERTO: No sabe ni tomar el Metro...
ESTELA: Me gustaría aprender a moverme. Usar el Metro. Conocer todo lo que hay para conocer... Pero en esta soledad...
ROBERTO: No se hizo una amiga...
ESTELA: Lo único que se me ocurre es salir a caminar hasta gastarme los pies. Y eso, a la tarde, cuando empiezan a encenderse las luces. ¡Es mi hora favorita! (Corre hasta la ventana y se sube a una pila de libros para mirar para afuera.) (Abstraída.) Ir hasta el Sena y pasearme por los muelles. Mirar el agua y ver cómo corre... Turbia y densa, como un río de aceite...
ROBERTO (como un eco triste): Mirar el agua, como un río de aceite...
ESTELA: Y pensar en Buenos Aires, y en cómo me gustaría volver...
ROBERTO (irónico): Como en un tango...
ESTELA (vuelve a plantarse delante de la foto): Se lo dije. Se lo pedí. Le supliqué que volviéramos... Pero... tengo una rival invencible. Tan poderosa. Ella, ¡su majestad!, la poesía... Y él dice que se inspira únicamente en París...
ROBERTO: Celos, son celos...
ESTELA: No me digas que hay otra mujer, mamá. No me lo digas, porque no es cierto... En el fondo es bueno. Como un pan... Pero no me ve...
ROBERTO (soñador): La piel como de nácar, ahora que no la castiga el sol de las pampas...
ESTELA (triste, no quejosa): Ni sabe de qué color tengo el pelo ahora...
ROBERTO: El pelo, una seda negra y perfumada...
ESTELA: Y mis manos...
ROBERTO (triste): Las puso ásperas el olvido...
ESTELA (con la voz de la madre): También te dije que al marido hay que seguirlo. (Sorprendida de lo que acaba de decir, ESTELA sigue hablando con su propia voz.) ¿Qué decís, mamita? No te entiendo. (Con voz de madre.) O te hacés la que no entendés. Primero se te dio por casarte con un poeta. ¡Un poeta! Te advertimos que no lo hicieras, que no te convenía, que te iba a matar de hambre. No nos escuchaste, y lo mismo te lo permitimos. Papá y yo, te lo permitimos... Ahora bien, mi’jita... una vez que te casaste... era tu deber recordar la segunda parte. (ESTELA, con su propia voz.) ¿Qué segunda parte? (Con voz de madre.) Que al marido hay que seguirlo. Eso, seguirlo. No importa dónde vaya. Tu abuela lo hizo. Yo lo hice, ¡y lo hago! Si tu padre me dice que vaya para allá, yo voy. Si me dice que venga para acá, yo vengo...
ROBERTO (sarcástico): ¡Hasta la muerte! Ah, heroica Alcestes, dos veces rediviva... Ah, viejo y astuto Eurípides...
ESTELA (con su voz, cada vez más angustiada): Pero, mamita, ¿cómo me decís eso? (Con la voz de la madre.) Pucha, ni que fuera la primera vez que te lo digo. ¿No te acordás de la composición que tuviste que escribir para Economía Doméstica. En el secundario. En quinto año. ¿No te acordás? Yo, ¡yo misma!, te dicté la mayor parte. ¡Y te sacaste un diez! La profesora te felicitó. “Vas a ser una buena esposa”, te dijo. ¿Te acordás ahora?
ESTELA (arroja la fotografía sobre el mueble, como si le quemara las manos, y se acerca al sillón donde ROBERTO simula leer): Roberto, ¿qué lees?
ROBERTO (distraído): Un libro.
ESTELA: ¿Qué libro?
ROBERTO: Madame Bovary. Qué, ¿lo querés? Está en francés, ¿te animás?
ESTELA (vuelve a la fotografía arrastrando los pies. Con la voz de la madre): Composición tema: “La esposa ideal”. Subtítulo: “Al marido hay que seguirlo”. Leamos para ver cómo nos quedó. “Una esposa ideal sabe ocupar su lugar al lado del marido. Y ese lugar es el que corresponde a su sombra. La sombra a veces va adelante, anticipando las piedras del camino. Otras, se pega a las espaldas de su dueño, como un Ángel de la Guarda. Recordemos el adagio: “Detrás de todo gran hombre, hay una mujer”. (ESTELA, con su voz.) No, hay una sombra. (Con la voz de la madre.) “Al marido hay que seguirlo, ¡y servirlo! La cena lista al llegar a casa. La ropa impecable. Una también impecable. Los zapatos lustrados. El café, la pipa, todo a mano. Si después de cenar quiere hablar de futbol, se habla de fútbol. Aunque a una no le guste. Después de un tiempo, a medida que una mira partidos y aprende los nombres de los jugadores y el reglamento, hasta puede ser que empiece a gustarle. Y más tarde, a la cama, a completar el trabajo”. (ESTELA, con su voz.) Pero, mamita, ¿de eso también vamos a hablar? Me muero de vergüenza, mamita.
ROBERTO (al público): No crean. No siempre. No siempre se moría de vergüenza. Si me esfuerzo, si trato de recordar. Hubo un tiempo... Su cuerpo era como una ola. Fuerte y al mismo tiempo blando y suave. Como una ola que se deshace en espuma sobre la playa ardiente, que era yo. (Vuelve al libro.)
ESTELA (mientras ROBERTO hablaba se le acercó e intenta que la escuche): Roberto, te estoy hablando. Es una noche rara, Roberto.
ROBERTO (no la escucha): Dentro de un rato, cuando deje de hablar con ma-mi-ta, empezará la otra parte de la cosa. Pero allí ya no estaré. Me habré metido para adentro. Bien adentro, lejos de todo. Se parará debajo de la araña. La que ven ahí arriba (Señala.), que nos regalaron cuando nos ca-sa-mos —la palabreja otra vez—, y que se empeñó en despachar desde Buenos Aires a París, como si nos hiciera falta. Entonces vendrá el momento de las amenazas. El cruel y temido momento de las amenazas.
ESTELA (hablando casi al mismo tiempo que ROBERTO): Si no me mirás, voy a tirarme al Sena. Te juro. Voy a tirarme. Si no puedo volver a Buenos Aires, me tiro. Si no me mirás, me tiro. Si no puedo volver...
ROBERTO (casi al mismo tiempo): Que se va a tirar al Sena, o algo por el estilo. Que no estoy presente. Que la dejo sola... Que la poesía...
ESTELA (casi al mismo tiempo): Que tu poesía... que tu estúpida literatura me tiene harta. Que en mi casa estaba mejor. Que ni hijos...
ROBERTO: Que sólo me importan los libros... que se va a tirar al Sena...
ESTELA: Que una hija... para ayudarme a escribir una historia diferente...
Crece el rumor del agua hasta cubrir las voces. Ya no se distingue lo que dicen, salvo la repetición de alguna palabra suelta: Sena, hijos, poesía, etcétera.
***
DOS, de Mercedes Alfonso
PERSONAJES
ELLA
ELLA 1
ÉL
ÉL 1
ACTO ÚNICO
Un dormitorio. Hay una ventana. A cada lado de la cama hay una silla, de perfil al público, de frente a la cama, roja para ELLA 1 y negra para ÉL 1. ELLA y ÉL están acostados, de espaldas uno al otro. ELLA usa un camisón de satén negro. ÉL está vestido. ELLA 1, vestida como para salir, está sentada del lado de la cama de ÉL, mirándolo. ÉL 1, con ropa de calle, está sentado del lado de la cama de ELLA, mirándola. Puede haber una música suave, podría ser el bolero “Sombras” o algún toque de saxo, presagio del conflicto, que flote sobre el ambiente. La escena dura unos 10 segundos, para que el público se sitúe en la extrañeza de la situación y se pregunte a qué se debe.
ELLA (simula estar dormida, pero por la respiración suave y algún movimiento se nota que está despierta).
ELLA 1 (sentada en la silla, con las manos apoyadas sobre la falda, muy tiesa, a ÉL): Adivino qué estás pensando, te diría, pero prefiero observarte.
ÉL (acostado, fuma un cigarrillo mientras mira el techo del cuarto).
ÉL 1 (desesperado, se dirige a ELLA): No puedo más Espero que cumplas con la amenaza, pero… todo sigue igual.
ELLA (con los ojos cerrados se lleva una mano a la frente).
ELLA 1 (a ÉL): No te aflijas, se acerca el final. Aunque te soy franca, no encuentro la forma de alejarme y al mismo tiempo quedarme con vos, sí con vos, aunque no tolerés mi presencia.
ÉL (apaga el cigarrillo en el cenicero de la mesa de luz, se da vuelta y la mira).
ELLA (sabe que la está mirando pero no se mueve).
ELLA 1 y ÉL 1 permanecen quietos, expectantes unos segundos. La escena puede ser lenta cuando habla ELLA 1, y vertiginosa, acelerada, cuando habla o se mueve ÉL 1.
ELLA 1: ¿Qué estás pensando? Creías que estaba en el río, pero no, estoy, como siempre, a tu lado.
ÉL (inquieto).
ÉL 1: ¿Cómo puede estar acá si no hay nada entre nosotros?, alguna vez hubo algo, quizás amor, pero ya no hay nada.
ELLA (de espaldas a él).
ELLA 1 (se pone de espaldas a ÉL): Te diría que el fin está cerca, pero no pienso hablar, las palabras están de más y nuestros silencios se entienden.
ÉL (sentado en el borde de la cama, mueve la cabeza negando su pensamiento. Se acuesta. Se queda quieto).
ÉL 1: Si tuviera coraje, la invitaría a caminar. Bordearíamos el Sena, un tropiezo, un gesto distraído, el último… el accidente.
ÉL (la mira con indiferencia, se da vuelta, intenta dormir).
ELLA (lo mira).
ELLA 1: Me gustaría acariciarte, pero no puedo. Mis manos retienen la caricia. Bastaría un ademán y tal vez, no, mejor así, quieta.
ÉL (inquieto, se levanta va hasta la ventana la abre, grita el nombre de ELLA, una y otra vez).
ÉL 1 (se levanta, toma la silla y hace mutis por bambalinas).
ÉL (se da vuelta y ve a ELLA, se frota los ojos, vuelve a gritar, pero un llanto profundo lo posee y su única voz, dice): No puede ser.
ELLA 1 (toma la silla y hace mutis por bambalinas).
ELLA (se incorpora, llama a ÉL y tendiéndole una mano): Falta poco.
***
EL RÍO, Silvia Arcuzio
PERSONAJES
JUAN
INÉS
Luz que baja, se vislumbra el dormitorio, donde hay una cama doble, dos mesas de luz, un diario abierto sobre la cama. Juan está sentado en el vano de la ventana, mira hacia fuera mientras exhala una profunda bocanada de humo. Se para, da vuelta y mira hacia la puerta del cuarto (entreabierta), vuelve a exhalar otra bocanada de humo. Detrás del humo se ve la figura de Inés.
INÉS: Creíste que no volvería.
JUAN: En realidad te estaba esperando. (Hace ademán de acercarse a INÉS.)
INÉS: Entonces ¿no te sorprende mi visita? (INÉS se aleja.)
JUAN: ¿Es solo eso, una visita? ¿Cuánto tiempo pensás quedarte?
INÉS: No sé, lo que me lleve sentirte de nuevo. (Da un paso hacia delante.)
JUAN: Tengo tantas preguntas… (Estático.)
INÉS: No puedo quedarme mucho, me esperan (Apurando.)
JUAN: ¿Por qué? (Vuelve a sentarse en el descanso de la ventana.)
INÉS: Estaba tan cansada. Creí que todo se solucionaría con mi partida, pero ya ves, estoy de vuelta, nada ha cambiado…
JUAN: ¿Estás arrepentida?
INÉS: Lo estuve, ya no, el agua estaba tan clara ese día…
JUAN: ¿Qué sentiste? ¿Qué pensás ahora? ¿Me has perdonado?
INÉS: Todavía no, por eso estoy acá, no puedo con esta carga, pensé que al irme el dolor se terminaría, pero no… quiero dejar de sentir odio, quiero volver al río para que sus aguas se mezclen con mi sangre, para correr por sus rápidos y ser parte de su cauce.
JUAN: No entiendo nada de lo que decís. (Impaciente.)
INÉS: Nunca lo hiciste. (Tranquila, resignada.)
JUAN: ¿Qué querés que haga para que me perdonés?
INÉS: Nada, solo quiero que me dejés tocarte, y estaremos a mano.
JUAN: ¿Para eso volviste? (Apaga el cigarrillo, prende otro.)
INÉS: Acercate, no quiero ver mi reflejo en la ventana. (Estira la mano desde su lugar.)
JUAN se levanta y estira la mano hacia INÉS, toca levemente sus dedos, y ella vuelve a desaparecer envuelta en el humo del cigarrillo. No se ve cuando ella sale, la puerta del cuarto sigue entreabierta.
***
PERSONAJES
EN EL BAR, de Silvia Bil
ZULLY
MOZO
IRIS
SEÑORA JOVEN
CAJERO
ACTO ÚNICO
Un bar.
Suben la cortina metálica, los rayos cálidos empiezan a caminar por el salón recortando sillas y mesas, despertando los sonidos.
MOZO (al público): Me acerco a la señora de azul con la señora de sombrero.
ZULLY (a IRIS): Es cosa de nunca acabar. Le hablo y no reacciona. Parece que está solo en casa.
IRIS: Pero, Zully, peor es el marido de Ali, que nunca está y cada día sale con otra.
MOZO: Perdón, señoras. ¿Para quién es el que tiene más leche que café?
ZULLY (a IRIS, sin prestar atención al MOZO): Y no termino de aprender, tomar distancia, ver las cosas desde afuera como si le sucedieran a otra. Me digo, “Pero, Zully, mirá las cosas buenas, que son muchas. Agradecé por tenerlas”. Termino retándome y discutiendo conmigo misma.
IRIS (enérgica): Andá a la peluquería. Ponete linda. ¡Sentite linda! Y cuando llegue a tu casa vas a estar mejor predispuesta.
MOZO (al público): Me acerco a la señora joven con celular.
SEÑORA JOVEN: Traeme un cortado en jarrito, pero fuerte el café. (Habla por el celular.) Perdoná, el mozo se me paró al lado y estaba apurado, como siempre... Pero eso no me hace olvidar que me dejaste plantada otra vez. Me gustaría estar en tu cabeza para entender, porque desde la mía no lo logro... ¡Otra vez!
El MOZO se acerca al cajero, le hace un guiño y recibe la cuenta, que el Cajero le entrega sin necesidad de palabras. Vuelve a la mesa de ZULLY.
ZULLY (al MOZO): ¿Ya me trajo la cuenta? Si todavía no tomé el café.
MOZO: Pero tenemos que cerrar. ¿No sabés que cerramos a las once?
ZULLY: Ves, Iris, lo que te digo siempre. Estos mocosos, además de prepotentes, te tutean. Ya no hay respeto.
***
LA COCINA, de Silvina Matisic
PERSONAJES
ÉL
ELLA
PRIMER ACTO
ÉL: ¿Qué pasa con vos? No cumplís como esposa, no cumplís con los quehaceres de la casa, no te cuidás. Estás dejada, tu desidia me tiene hasta la coronilla. ¡No puede ser que no hagás nada! ¡No hacés nada de nada!
ELLA: No deseo hacer nada. Ni me va ni me viene. Solamente quiero dormir, dormir y dormir.
ÉL: Holgazana, perezosa, buena para nada. Sos igual a tu madre.
ELLA: Eso pensás ahora. Lo vas a lamentar, ya vas a ver, acordate de estas palabras… seré tu peor castigo, seré como la cruz que Cristo cargó a su espalda.
ÉL: ¡Por favor! Dejá de decir estupideces, ¿querés? Te creés que sos indispensable. Ni siquiera hijos pudiste darme. Seca, sos seca.
ELLA: Tus palabras ya no lastiman mi corazón, ya no me acobardan. Dejá pasar el tiempo y lo verás. Tu alma vivirá en pena.
ÉL: Estuviste bebiendo otra vez, ¿es así no?
ELLA: No
ÉL: Lo único que verán mis ojos será a vos, marchita, marchita, como el pasto de otoño.
ELLA: Pensar que alguna vez llegue a quererte.
ELLA deja el repasador sobre la mesada, toma su chalina y se marcha.