ALMA, de Lucía Terra Vigil
Venimos al mundo y vivimos en sociedades preestablecidas. Papá, mamá, hermanos, abuelos, tíos, primos, etcétera, etcétera.
Luego concurrimos a educarnos en colegios donde también todo está constituido: maestros, directores, profesores, materias, conductas, amonestaciones, asistencia perfecta.
Más tarde debemos trabajar, si es necesario, en algún lugar determinado y no siempre lo deseamos, pero la sociedad espera que así sea.
A continuación, si nos enamoramos, nos casamos, tenemos hijos, estos a su vez traen nietos y muchos problemas, naturalmente lógicos.
Conocemos gente de distintas ideas y personalidades.
Por suerte, a lo largo de la existencia conservamos muchos conocidos y algunos amigos, con los que continuamos el camino de la vida.
Así llegamos a esta conclusión, de la mano de mi admirada Emily Dickinson:
“A las aventuras solitarias,
el alma está condenada,
custodiada por un solo sabueso,
su propia identidad”.
Es lo único que no cambia: nuestra propia identidad, la manera de actuar y pensar. Único tesoro que llevamos dentro, hasta el último suspiro, en nuestro paso por la tierra, con lo bueno y lo malo, con el dolor y la alegría.
Nada ni nadie podrá cambiar los principios que cada uno lleva en el interior del alma.
Agosto de 2012