Hace años empezamos a reunirnos, convocados por la literatura. Ahora somos amigos. Nos hemos enriquecido de mil maneras no materiales. Se nos agrandó el alma, dijo Alicia, una de nosotros, un día de esos en que las palabras nos colmaron de tesosos intangibles. Muchas publicaciones surgieron del taller, y cientos de páginas. Van algunas, para que nos conozcan, para hacer nuevos amigos, para el intercambio generoso. Para cerrar el círculo.
Nunca fueron
Nunca fueron
Nunca fueron felices en esa casa... sonreían todo el tiempo, bailaban tomados de las manos y solo se soltaban para leer historias fantásticas que luego, con alegría, se contaban unos a otros.
Algunas veces había silencio..., música se escapaba por las ventanas hacia el jardín y las conversaciones sobre ética y gastronomía se alargaban hasta el amanecer.
Siempre había sol. La lluvia era gruesa y llovía meses enteros, día y noche, sin pausas.
Iban todos a misa y oraban para poder alcanzar la eternidad. Con la muerte, decían, se acaba todo.
Pocos, breves, instantes, solo instantes de juegos carnales… interminables orgías que mutilaban la razón.
Elías Saisem, el más viejo de la familia, leía en voz alta las profecías familiares, que un antepasado amante de los vaticinios había dejado escritas en el libro más antiguo de la enorme biblioteca: “Llegado el tiempo de la incoherencia toda mi familia perecerá y ni un solo Saisem quedará vivo sobre la tierra. Sucederá ahora”.
Todavía estoy en el río
Todavía estoy en el río, manso, dulce, esplendorosamente acuático. Sumida en la
ingenua fantasía de ser sombra y luz para los peces vagabundos en este fondo espaciado de verdes líquenes, agujerados de rojo.
Cada tanto unas burbujas me alientan a seguir el camino heroico de jinetes en caballitos espigados, corriendo la carrera del mejor día de sus vidas.
Peñascos amontonados. Algunos en la orilla palaciega del navegante anónimo. Otros en el centro justo equidistante de los pequeños pies embarrados de juego itinerante cada dos por tres.
Nadando. Con el cabello suelto y arrastrado por el agua que dispersa los perfumes terrenales que aún quedan en mí.
Traspasando cascadas relucientes, me animo a levantar la cabeza para ver pasar las últimas grullas y el silencio exacto me acuna de manera noble y mi cuerpo se estrena de tanta paz. Se hunde y reflota matemáticamente desde lo profundo del río.
Este es el juego, el baile, la seducción eterna. Me pasea en sus húmedos brazos, me habla, me canta y se anima a un beso de espuma. En la noche de estrellas limpias, me abraza.
Y sigo… cada paso en el agua es más verde y mis brazos se confunden con los de él.
Ya no seré la misma.
Soy agua mansa,
dulce,
esplendorosamente acuática.
Juego de movimiento
Amanece.
Vamos tomados de la mano.
Nos hamaca el tiempo con su juego de movimiento.
Apoyo mis manos sobre el vientre y siento sus latidos,
primer diente,
pintorcito, escuela.
Sus logros que nos llenan de orgullo.
Van tomados de la mano.
Amanece.
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