Una tarde en el taller

domingo, 25 de marzo de 2012

Algunas páginas (1)

Hace años empezamos a reunirnos, convocados por la literatura. Ahora somos amigos. Nos hemos enriquecido de mil maneras no materiales. Se nos agrandó el alma, dijo Alicia, una de nosotros, un día de esos en que las palabras nos colmaron de tesosos intangibles. Muchas publicaciones surgieron del taller, y cientos de páginas. Van algunas, para que nos conozcan, para hacer nuevos amigos, para el intercambio generoso. Para cerrar el círculo.

El retorno
Alicia Meana, (16 de mayo, 2007)

Casa desnuda, perfumada por el tiempo. La recorre solitaria saboreando el ultraje, el momento sin retorno. Se detiene en las ventanas despojadas de sus sedas; son sus propios ojos, también vacíos de soles y esperas. Las paredes son más fuertes, soportan silenciosas las huellas del arrebato.
Ella hoy se despide, bañada de sombras, impregnada de silencios. Sus dedos se detienen en cada centímetro del que fue espacio de su tiempo feliz, al que hoy le dice adiós.
El río desbordó, la inundación es total, el punto sin retorno una vez más. Y a él se entrega, como puede, apurando el desastre para poder dejarlo atrás.
Mudos espacios, donde hubo espejos, son sus propios ojos también vacíos de risas y colores.
 Ya no camina, se desliza por la terraza, por la cocina, apretujando la garganta donde grita callada la pregunta ¿qué pasó? Y atraviesa la pregunta sin respuesta. Y sigue, esquivando la salida, aunque quiere escapar, terminar de una vez el bautismo de esa vida nueva que la espera al salir.
Sólo por un rato, se da permiso para abandonarse a la despedida; luego, la rutina de seguir viviendo.
Se acerca a la puerta, mira hacia atrás y se aferra al limonero que espera también su nuevo destino, sin ella, en otra casa, ¿quién sabe?
La vida fluye, la costumbre de vivir a pesar de los ultrajes nos sostiene, y ella lo sabe.
Entonces la partida, y de un recodo de la memoria brotaron las palabras del poeta que pintó el instante:

Y encogiendo sus hombros
tornose en espiral,
con su espalda curvada
levantó los ojos
y abrazó la luz de la ventana.

En silencioso llanto
atinó una lágrima
cristal estallado
y colmó de besos sus últimos recuerdos.
                                                                                               Graciela Palma

Madame Pouppie
Silvia Arcuzio (2009)

Madame Pouppie regresó del olvido hace pocos días, ella, y el Gran Hotel Buenos Aires estallaron en mi memoria sin razón alguna. Fogonazos de imágenes usurpan el presente, quiero ver más… lo que recuerdo no alcanza. A través de un claro oscuro, que me envuelve, transito las visiones que me llegan desde la infancia. Me inquieta pensar que, durante tanto tiempo, las haya dejado a un lado. Me siento junto a la ventana, fijo la vista en un horizonte que me lleva al pasado y me esfuerzo por rescatar lo que debe ser perpetuado.

Ante mí reluce un grandioso escritorio enmarcado con filigranas de bronce y ese señor tan bueno de uniforme verde que me saluda cada vez que entró en el hotel. La escalera de mármol blanco, con vetas que semejan hilos de oro, se eleva en el centro de un inmenso salón. A sus costados, dos esculturas de mujeres la abrazan; mármol que se hace gasa, pliegues perfectos que cubren con infinita gracia sus cuerpos, dejando al desnudo unos pies blanquísimos, casi transparentes. En ellos se reflejan como diamantes las luces que brillan dentro de las caracolas de cristal que sostienen con sus manos. 

Tiro del mágico hilo verde del Nobel portugués, pero los recuerdos no se hacen río, no fluyen como quisiera. Qué tremendo es querer recuperar lo escondido en el laberinto de nuestra mente, y solo conseguir destellos de ínfimos instantes que me llevan a imaginar lo demás. Ya no sé si mis recuerdos son ciertos, o son la simple necesidad de reconstruir una infancia, mía tan mía, perdida quién sabe dónde.

Vuelvo al foyer, y la veo tan frágil, como si fuera a quebrarse en cualquier momento. Todos se vuelven para admirarla, reverencias y saludos, ella responde inclinando apenas la cabeza, conservando la innata altivez, que los años no consiguieron robarle.  Extremadamente delgada, camina por un largo pasillo que la lleva a su cuarto, su traje oscuro huele a violetas y naftalina, usa guantes negros con puntillas, sus pequeñas manos se aferran a un hermoso bastón, lleva la cabeza en alto, sosteniendo como una corona su inigualable turbante de terciopelo negro; qué pena me da,… está sola.

Zapatos guillermina, medias blancas y tapado azul de Marilú. Ojos de niña que la observan. Esta señora es tan diferentes a las otras, miro a mi abuela, ella sí parece real, ¿será porque me pertenece?,(ahora sé que es así), mientras tanto el sordo sonido del bastón contra la alfombra marca fuerte y seguro los latidos de mi corazón. Mi abuela me lleva de la mano,… siento felicidad al ver que ella no está sola. Saluda a Madame Pouppie con el mismo respeto con que lo hacen los demás, apenas unas palabras,¿cómo se encuentra hoy, Madame? Bien, bien, ya sabe usted cómo son estas cosas de la edad, he salido a tomar un poco de sol, y ahora vuelvo a mi cuarto, contesta con voz casi quebrada, pero cada palabra se va hilvanando como un rosario de perlas que le confieren una majestuosidad indiscutible.
La estrecha puerta de su cuarto separa su mundo del mío.

 
El instante
Cristina Luppi, (10 de junio de 2008)

Algo se desgarró por dentro. Algo cambió de lugar y nunca más volvió.
Algo dejó de latir, de drenar, de fluir.
Algo ya no es.

Ponerme al revés
correrlo a través de la sangre, agarrarlo.
Fuerte, tan fuerte como pudiera y sacarlo.
Sacarlo y envolverlo. Envolverlo y tirarlo.

Lejos, muy lejos, para no escucharlo, para no entenderlo
No lo quiero.
No lo quiero escuchar, no lo quiero entender,
no lo quiero.

Ese instante
ese instante en que supe que ya no eras.





1 comentario:

  1. Mis mejores deseos para este espacio maravilloso, fantástico y lleno de interrogantes.

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